Autor:  Marcos Gullón Ferrera – Futbolista Profesional.

¿A qué te dedicas? Soy futbolista. La respuesta puede generar incredulidad o bien puede ser envidia, todo depende de quien escuche la respuesta o más bien de la situación personal del que la de.

El fútbol tiene dos caras y son de la misma moneda. La cara que cae hacia arriba, la que todo el mundo quiere ver, la de la envidia, envidia por los que han hecho de un juego su trabajo y que además les brinda la posibilidad de no trabajar más que para dar sentido a su día a día una vez cuelguen las botas. Y la otra, la que no se ve, después de 15 años de haber recorrido otros tantos lugares persiguiendo un sueño, ven cerca el final, sin haber conseguido la gloria, ni la estabilidad, ni mucho menos un futuro claro. Y, sí, los dos son futbolistas.

El fútbol se alimenta de la ilusión, tanto, que puede hacer perder el norte a cualquiera una vez entra en su rueda. De tantos jugadores jóvenes llegan a la élite unos pocos elegidos, otros se pueden permitir vivir del fútbol y los más, a simple vista los menos afortunados lo dejan recién cumplidos los 20. De los que sí, pero no, me gustaría escribir unas líneas.

Tras muchos años en el fútbol y con la posición de considerarme afortunado dentro de este mundo, tengo una frase, quizás dura, como dura es la realidad: «muchos en el fútbol no viven, sobreviven».

Una profesión con fecha de caducidad corta, que menos que una vez llegado el momento del fin brinde la posibilidad de tener una “caída” suave. Y es que plantarse con 35 años, sin estudios, con los ahorros justos, con una familia a cargo, sin una vivienda, sin haber hecho nada más (y nada menos) que jugar al fútbol y lo que es peor, sin plan de futuro es de todo menos suave. En ese punto, el futbolista no genera envidia. Desde el sindicato de jugadores AFE, se lleva mucho tiempo trabajando para facilitar la formación, fomentar el ahorro, planificar el siguiente paso, pero en muchos casos es insuficiente; la ilusión puede con todo, la ilusión y la comodidad de la que no nos escapamos nadie.

Llegar a casa a comer después de haber entrenado con tus compañeros, con un sueldo que te permite llegar a fin de mes sin mayores problemas (ahorrar es otro cantar) es un caramelo muy goloso como para prepararse para lo que se ve tan lejos.

Muchos, entre los que me incluyo gracias a Dios, contamos con una educación familiar que nos ha enseñado a relativizar el valor del balón, a saber de la fugacidad de una situación adictiva, a tener los pies en la tierra; en definitiva, a preparar el siguiente paso. Pero no debe ser así, no se puede dejar todo en manos de tener esa suerte, la solución tiene que venir de la sociedad, de la formación…

Para ello, hace falta un cambio mucho más profundo, un cambio social, una sociedad en la que ser futbolista no sea ni por asomo mejor que ser médico, ingeniero o abogado, una sociedad en la que el futbolista joven y afortunado, sepa relativizar su éxito, es decir, gestionar la moneda al aire y saber que… puede caer para cualquier lado.

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